–Abuelo, ¿que pasa si se rompe el muro? –preguntó la nieta, mirando con aprensión el torrentoso río Magdalena.
–Se inunda el pueblo –le dijo el anciano.
–¿Y nos ahogamos? –preguntó inocentemente.
–No. –respondió el viejo –yo te sacaría nadando hacia la parte alta.
–¿Y a los demás niños? –inquirió asustada.
–Sus papás los salvarán. –Dijo con poca convicción.
–¿Qué puedo hacer para que no se inunde el pueblo? –dijo la niña con preocupación
.
El anciano levantó la cabeza y miró el techo de palma del rancho donde vivían, observó las telarañas que cubrían el caballete, se entretuvo viendo el columpiar divertido de una araña tejedora –tomaba tiempo para responder – sorbió con deleite el poco café que quedaba en la taza, miró en su interior, tratando de desentrañar los designios del río, en las figuras caprichosas que formaban los sedimentos del café en la taza vacía. Miró la carita morena de su nieta, observó su inocente mirada, y tomó la decisión inaplazable de contarle una historia que no tenía, el único camino era, inventarla mientras la contaba. Y comenzó a contarla así:
– “Había un pueblo parecido al nuestro, donde todos sus habitantes eran felices, gobernaba un rey bueno, que quería a los niños y por eso hizo un muro de contención que rodeara al poblado, para que el río no lo inundara y los niños no se ahogaran. De ahí en adelante, todos los reyes que llegaban, se preocupaban por reforzar y alzar el muro, para que no se rompiera.
Pero, llegó un rey malo y mentiroso, que el pueblo apodó con el nombre de “Mentiroso Noniega”, –lo de “Noniega” , se lo pusieron porque nunca decía que no, a todo lo que le pedían, decía que si, pero nunca cumplía.
Este rey, no hacía nada por la población, ni por sus gentes, tampoco se preocupaba del muro de contención. La gente vivía inquieta por esta actitud, y todos los días, los pobladores le clamaban que arreglara y reforzara el muro, y como siempre, el decía que si, pero nunca hacía nada. Su incompetencia no lo dejaba tomar decisiones, por ello tenía en su corte a un consejero, que al igual que él, era también incompetente, y lo mal aconsejaba, los dos se entretenían, dilapidando los fondos del pueblo, emborrachándose con sus amigos, los que como rémoras vivían a expensas del erario público. Los pobladores clamaban y clamaban por el reforzamiento del muro de contención, pero su clamor no encontraba eco de parte del rey, por el contrario, éste y su corte burlaban de los temores de la gente.
Esta situación se prolongó por dos años, hasta que en el invierno, el río aumentó su caudal, más que otros años, poniendo en peligro la población. El agua empezó a desbordar el muro de contención, y la amenaza era tal, que los moradores asustados, acordaron que esa noche, los adultos no durmieran, para que montaran guardia en los sitios críticos del muro, con unos enormes silbatos, que harían sonar como alarmas, si la situación se salía de control.
Esa noche, un niño humilde y bueno llamado Miguel, no quiso tomar los alimentos, y su madre por más que insistió para que comiera no pudo convencerlo, y el niño se acostó con hambre, él secretamente sabía, que si se acostaba sin comer, soñaría con su Hada Madrina, y en su sueño podía pedirle cualquier deseo, y ella se lo cumpliría.
Esa noche soñó con su hada Madrina, la cual se le apareció en su sueño, vestida con un traje de cristal reluciente, adornado con luceros y estrellas y caracoles marinos.
–¿Cuál es tu deseo Miguel? –le dijo ella.
–Que mi pueblo no se inunde –respondió inmediatamente el niño.
–Mis poderes no pueden contra las aguas del río, –dijo el hada –no te puedo ayudar. .
–Entonces, dame poder para hacerlo yo! –exclamó Miguel con decisión.
–No puedo –dijo ella – pero hay una cosa que puedes hacer.
–¿Cuál? –apremió el niño.
El hada se tomó su tiempo, sacó un peine de oro, con incrustaciones de zafiro, alargó el brazo, alcanzó la luna, se miro la cara en ella, como si fuera un espejo, se peinó su dorada cabellera mientras pensaba. Luego dando un suspiro, con voz cómplice, le dijo al oído:
–Todo niño tiene un ángel y cada ángel tiene un arco iris, he ahí la solución.
–No entiendo –dijo Miguel.
–El arco iris bebe agua de los ríos, –dijo el hada – pídele a tu ángel que mande a su arco iris que se tome el agua del río, para que baje el nivel y no inunde al poblado.
– Gracias, —dijo Miguel lleno de alegría –llamaré a mi ángel, para que éste a su vez, llame a su arco iris y este se tome el agua del río.
Miguel llamó a su ángel de la guarda , y le explicó su plan, el ángel aceptó, y a su vez llamó a su arco iris, y le pidió que tomara la mayor cantidad de agua que pudiera, para que el río no inundara al pueblo. El arco iris se puso en la tarea, tomó y tomó agua, y su cuerpo de colores se empezó a engordar y se puso enorme, pero el agua del río no bajaba su nivel. Entonces, el ángel dijo:
–Pregúntale a tu hada, ¿que podemos hacer?, un solo arco iris, no puede tomarse el agua del río.
Miguel llamó de nuevo a su hada, y le comentó lo que había pasado:
–Hada Madrina, ¿que hago? El arco iris de mi ángel, no puede tomar el agua necesaria, para que el río baje de nivel.
–Haré que todos los niños del pueblo sueñen y vengan a tu sueño, –dijo el hada pensativa –lo demás lo haces tú.
Enseguida, empezaron a llegar niños y niños y más niños, todos los niños del pueblo, hasta reunirse mil niños que soñaban el mismo sueño. Entonces Miguel les dijo:
–Todo niño tiene un ángel, y cada ángel tiene un arco iris, y los arco iris beben agua, ayúdenme a salvar a nuestro pueblo.
–Cómo? –contestaron en coro los mil niños.
–Pídanle a sus ángeles que traigan sus arco iris y que estos beban al mismo tiempo agua del río, para que el nivel del agua baje y no nos inunde.
Los niños asintieron y llamaron a sus ángeles, le pidieron que trajeran sus arco iris y estos los trajeron. Luego fueron al muro de contención, y los mil arco iris, al mismo tiempo, comenzaron a beber el agua del río, y el río bajó su nivel, por lo cual, el pueblo no se inundó.
Cuentan los niños de ese pueblo, que esa fue la noche más hermosa de sus vidas, pues en una noche, y al mismo tiempo, vieron el cielo adornado con mil arco iris, y la noche era azul, y roja, y verde, y amarilla, y de mil tonalidades, y de mil colores.”
–¿Y que pasó con el rey “Noniega” ? – Dijo la nieta.
–Ah!, –suspiró el abuelo –el rey y su consejero, huyeron para siempre, asustados de ver tanta luz y tantos colores, por que, es que los malos, le huyen a la bondad de Dios.
El abuelo se fue a dormir un poco más tranquilo, sin embargo no comió para poder soñar y llamar a su ángel por si acaso.
San Miguel de las Palmas de Tamalameque
Diciembre 2 de 2005
2 comentarios:
Hermosísimo. Lástima que súpe de el muro cuando ya estaba en su fase final. Aún así creo que en algo pude colaborar, por lo menos se hicieron cambios y se levantaron actas con las autoridades que me acompañaron.
Me preocupaba que por su pésima calidad tanto en diseño como en material no soportáse un invierno y ver a ese pueblo enterrado cuando el paisaje ameritaba algo de mucha clase y distinción, un bello malecón, obviamente, reubicando las casas.
Sufrí cuando ví cómo con una simple "garúa" les entraba el agua roja de la arcilla del muro a las casas. Me asustó y provocó indignación una casa en especial, una amarillita de una esquina que quedó completamente enterrada y donde un niño que allí reside adquirió una enfermedad respiratoria.
De sólo pensar que ese río creciese sin pudor, pensé precisamente en lo que aquí usted narra ¿qué pasaría con esos niños?
Debemos dejar de ser tan indolentes y poco solidarios como ciudadanos, tenemos que conocer nuestros derechos y debemos exigir nos los respeten.
Ojalá los cuentos de nuestros niños pudiesen ser sobre algo que en nada los afecte. de nosotros los adultos depende.
Un abrazo señor Diógenes y siga así.
Muma Gnecco
Por si acaso !��
Mil felicitaciones profesor Diógenes Pino
Maravilloso cuento
����Bendiciones aló largo de su vida como humano y como escritor mi admiración total.
Publicar un comentario