miércoles, enero 28, 2015

Los absurdos de mi pueblo

Por: Diógenes Armando Pino Ávila
(“Es más importante el cerebro que el cemento”
Gustavo Petro)

El parque Simón Bolívar es la plaza principal de Tamalameque, está en buen estado, es amplia y rodeada de frondosos árboles. En ella se encuentra ubicada la tarima Pacha Gamboa, donde se realizaba con lujo de detalles el Festival Nacional de la Tambora y la Guacherna. En esta misma plaza se encuentra el monumento a la tambora, insignia de nuestra cultura riana. Aquí mismo está ubicada una estatua al Libertador Simón Bolívar.

Este parque está en buen estado, sin embargo la alcaldía municipal, sin consultar con la comunidad, sin contar con el consejo municipal (allí campea la ineptitud) toma la decisión, como todas las que se han tomado en estos últimos veinte años, de picarlo, de destruirlo para “remodelarlo” argumentando con mucha “sapiencia administrativa e intelectual” que hay que hacerlo porque en diciembre la administración municipal va a traer a Silvestre Dangond y este escenario no es apto para tan encumbrado personaje.



Queda uno perplejo ante tan elevado razonamiento, y piensa con angustia ¿En manos de quién está la administración municipal de un pueblo que este año cumplirá 471 años de fundado? Espera uno con muchas reservas que los concejales se pronuncien, que exijan explicaciones, que cuestionen la locura, pero nada, no hay uno solo que levante la voz de protesta ante semejante exabrupto.

Al fallar el cuerpo edilicio que por su inercia y pesadez parece de silicio (que mala comparación), espera uno a los líderes políticos de la actualidad (los que están activos) y tampoco, las nebulosas de la apatía empujan a nuestro pueblo, huérfano de liderazgo, hacia la oscuridad del caos administrativo y hacia ese orificio profundo de la corrupción que lo destina a la ruina y a la pobreza.

Surge una esperanza, remota como todas las esperanzas, pero presente como todo anhelo, y es que internamente el ciudadano espera que siquiera uno, uno solo, de los casi 20 candidatos que hay aspirando a la alcaldía para las elecciones de este año, se pronuncie, que diga que ese es un despropósito, que no se puede dilapidar el dinero del erario de un pueblo tan pobre como Tamalameque, pero nada, ninguno sale al frente a defender su terruño.

Uno desesperado, entonces gira la mirada sobre los líderes cívicos, comunales, sindicales, gremiales, culturales, con la esperanza de escuchar una voz, un murmullo, un susurro de protesta siquiera y nada, Tamalameque no tiene doliente, no tiene dueño, es una finca donde los capataces de turno (no administradores) hacen lo que les da la gana con los menguados recursos del tesoro.

Concejales y alcaldesa debatiendo proyectos
Solo se escucha una sola voz, la del mandamás de turno que dicta como un sátrapa los designios del pueblo, siguiendo su propia petulancia y sus borracheras de poder. Pero lo más lastimoso y repugnante son los vítores y festejos adulatorios que hace el comité de aplausos que esos capataces, pagan con los recursos municipales.
Ese parque fue remodelado hace ocho o diez años, en la alcaldía de Checho Caliz y está o estaba en buen estado (ya están picando el embaldosado de los pisos), todavía podía prestar servicio por espacio de seis o diez años más. Tamalameque adolece de muchas cosas, no tiene Casa de Cultura, La Institución Educativa Ernestina Pantoja no tiende sede propia, labora en dos locales alquilados y sus alumnos y profesores hacen grandes esfuerzos por dar educación de calidad entre tanta incomodidad. El alcantarillado está a punto de colapsar, no hay un puente peatonal que proteja la vida de nuestros alumnos en el Instituto Agrícola, que tienen que cruzar la carretera sorteando el inminente peligro de los vehículos que transitan en la recién pavimentada carretera que conduce de El Burro al Banco. En fin hay tantas cosas por hacer en Tamalameque que en verdad da nauseas ver lo que pasa y sobre todo que nadie diga nada.

Estas son las cosas que hacen que me pregunte no sin cierta rabia:

¿Dónde coños fue que yo nací?

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