Por: Diógenes Armando Pino Ávila
(“Es más importante el
cerebro que el cemento”
Gustavo Petro)
El parque Simón Bolívar es la
plaza principal de Tamalameque, está en buen estado, es amplia y rodeada de
frondosos árboles. En ella se encuentra ubicada la tarima Pacha Gamboa, donde
se realizaba con lujo de detalles el Festival Nacional de la Tambora y la
Guacherna. En esta misma plaza se encuentra el monumento a la tambora, insignia
de nuestra cultura riana. Aquí mismo está ubicada una estatua al Libertador
Simón Bolívar.
Este parque está en buen estado,
sin embargo la alcaldía municipal, sin consultar con la comunidad, sin contar
con el consejo municipal (allí campea la ineptitud) toma la decisión, como
todas las que se han tomado en estos últimos veinte años, de picarlo, de destruirlo
para “remodelarlo” argumentando con mucha “sapiencia administrativa e
intelectual” que hay que hacerlo porque en diciembre la administración
municipal va a traer a Silvestre Dangond y este escenario no es apto para tan
encumbrado personaje.
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Queda uno perplejo ante tan
elevado razonamiento, y piensa con angustia ¿En manos de quién está la
administración municipal de un pueblo que este año cumplirá 471 años de fundado?
Espera uno con muchas reservas que los concejales se pronuncien, que exijan
explicaciones, que cuestionen la locura, pero nada, no hay uno solo que levante
la voz de protesta ante semejante exabrupto.
Al fallar el cuerpo edilicio que
por su inercia y pesadez parece de silicio (que mala comparación), espera uno a
los líderes políticos de la actualidad (los que están activos) y tampoco, las
nebulosas de la apatía empujan a nuestro pueblo, huérfano de liderazgo, hacia
la oscuridad del caos administrativo y hacia ese orificio profundo de la
corrupción que lo destina a la ruina y a la pobreza.
Surge una esperanza, remota como
todas las esperanzas, pero presente como todo anhelo, y es que internamente el
ciudadano espera que siquiera uno, uno solo, de los casi 20 candidatos que hay
aspirando a la alcaldía para las elecciones de este año, se pronuncie, que diga
que ese es un despropósito, que no se puede dilapidar el dinero del erario de
un pueblo tan pobre como Tamalameque, pero nada, ninguno sale al frente a
defender su terruño.
Uno desesperado, entonces gira la
mirada sobre los líderes cívicos, comunales, sindicales, gremiales, culturales,
con la esperanza de escuchar una voz, un murmullo, un susurro de protesta
siquiera y nada, Tamalameque no tiene doliente, no tiene dueño, es una finca
donde los capataces de turno (no administradores) hacen lo que les da la gana
con los menguados recursos del tesoro.
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Concejales y alcaldesa debatiendo proyectos |
Solo se escucha una sola voz, la
del mandamás de turno que dicta como un sátrapa los designios del pueblo,
siguiendo su propia petulancia y sus borracheras de poder. Pero lo más
lastimoso y repugnante son los vítores y festejos adulatorios que hace el
comité de aplausos que esos capataces, pagan con los recursos municipales.
Ese parque fue remodelado hace
ocho o diez años, en la alcaldía de Checho Caliz y está o estaba en buen estado
(ya están picando el embaldosado de los pisos), todavía podía prestar servicio
por espacio de seis o diez años más. Tamalameque adolece de muchas cosas, no
tiene Casa de Cultura, La Institución Educativa Ernestina Pantoja no tiende
sede propia, labora en dos locales alquilados y sus alumnos y profesores hacen
grandes esfuerzos por dar educación de calidad entre tanta incomodidad. El alcantarillado
está a punto de colapsar, no hay un puente peatonal que proteja la vida de
nuestros alumnos en el Instituto Agrícola, que tienen que cruzar la carretera
sorteando el inminente peligro de los vehículos que transitan en la recién pavimentada
carretera que conduce de El Burro al Banco. En fin hay tantas cosas por hacer
en Tamalameque que en verdad da nauseas ver lo que pasa y sobre todo que nadie
diga nada.
Estas son las cosas que hacen que
me pregunte no sin cierta rabia:
¿Dónde coños fue que yo nací?
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